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Moverse al centro

El país no avanzará si seguimos creyendo que hay una parte de la sociedad que no merece ser incluida.

voto en blanco

Las últimas semanas han estado plagadas de análisis sobre cómo deberíamos votar en la segunda vuelta. Gran parte de la discusión gira en torno a las mejores y peores versiones de Gustavo Petro e Iván Duque.


Quienes invitan a votar por Petro dicen que él dejaría atrás su discurso mesiánico y de lucha de clases. Que reconocería su incapacidad para administrar y gestionar, rodeándose de tecnócratas y gerentes. Que reconocería que, en efecto, no tiene ningún sentido embarcar al país en una constituyente, incluso si no tiene mayorías en el Congreso. Que entendería los efectos de su discurso en la confianza de los mercados y que sería especialmente cuidadoso para evitar una crisis económica. Que respetaría la institucionalidad y la separación de poderes. Que le apostaría a una versión más incluyente de la construcción de paz, que incorpore las preocupaciones de quienes se opusieron al acuerdo de paz.

Quienes defienden la candidatura de Duque alegan que Álvaro Uribe no gobernaría en la sombra. Que, a pesar de las alianzas electorales, es un joven liberal que defiende los derechos de la población LGBTI. Que ya el contexto cambió y que, por lo tanto, no veremos ni falsos positivos ni estigmatización de líderes sociales. Que hará unas pequeñas modificaciones al acuerdo de paz, pero que dejará intacto lo esencial y construirá sobre lo construido. Que nunca estuvo de acuerdo ni con fusionar todas las altas Cortes ni con la constituyente. Que le apostará al desarrollo rural como motor del crecimiento económico y que entenderá que los campesinos deben ser incluidos en ese proceso. Que le preocupa el desarrollo sostenible y que por eso se echó para atrás con el fracking.

Desde el Congreso estaré lista para tender puentes en los temas en los que coincida. Pero seré totalmente libre para hacerle control político a ambos.

Nadie compara las mejores versiones de ambos. Nadie compara las peores versiones de ambos. Siempre es la mejor versión de Petro contra la peor de Duque, o la mejor de Duque contra la peor de Petro.

Yo quiero creer que la mejor versión de ambos es posible. Pero desafortunadamente no confío en ninguno de los dos.

Por eso, me he sumado a los millones de colombianos que desde distintos lugares del país están abogando por votar en blanco. Nunca lo he hecho. No lo hago por ‘pasar de agache’ en el debate ni con arrogancia. No es una decisión facilista. Hay que ver el matoneo contra el voto en blanco en redes para entender que se necesita valor para tomar esa decisión en estos momentos.

Lo hago porque estoy convencida de que si el voto en blanco consigue un número histórico de sufragios —pasando del 3 o 4 por ciento histórico al 10 por ciento o más que contemplan las últimas encuestas—, tendremos el mandato para exigirle a quien gobierne que se mueva al centro. Que deje atrás sus posturas radicales y gobierne no solamente para quienes lo eligieron, sino también para el resto del país que está más al centro que él.

Mi voto en blanco será un mensaje para quien gobierne. Desde el Congreso estaré lista para tender puentes en los temas en los que coincida. Pero seré totalmente libre para hacerle control político a ambos. Haremos una oposición política rigurosa y de centro que les apueste a la defensa de la Constitución de 1991, al proceso de construcción de paz, a la protección de la iniciativa privada en la economía y a la lucha contra la corrupción.

Después de las elecciones del próximo 17 de junio, el país no podrá avanzar si seguimos creyendo —de un lado y de otro— que hay una parte de la sociedad que no merece ser incluida. Aprovechar el fin de la guerra para dedicarnos a construir mejores condiciones de vida para todos depende de que podamos ser diferentes sin ser enemigos.

JUANITA GOEBERTUS ESTRADA * Representante electa a la Cámara por Bogotá (2018-2022).

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